I. Introducción
El cambio climático es considerado una de las amenazas más serias para el medio ambiente global, que según se prevé tendrá un impacto negativo sobre la salud de los seres humanos, su seguridad alimenticia, la actividad económica, el agua y otros recursos naturales e infraestructura física. Este fenómeno global está estrechamente relacionado con el efecto invernadero y con los gases que lo generan, producto principalmente de la industrialización de las economías (Milla et al, 2019).
Los bosques, cuando son objeto de una gestión sostenible, pueden desempeñar una función fundamental en la mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo. En el contexto más amplio del desarrollo sostenible, la gestión forestal sostenible también contribuye a la seguridad alimentaria, la reducción de la pobreza, el desarrollo económico y el uso racional del territorio (FAO, 2010).
El presente informe se fundamenta en los aspectos destacados por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por su nombre en inglés) que hacen referencia a los principales mecanismos de gestión forestal que pueden ser adoptados por los diferentes países para fortalecer sus barreras a los impactos generados por el cambio climático y/o a reducir sus efectos adversos tanto sobre los ecosistemas terrestres como sobre la población que vive en su entorno.
II. Los ecosistemas forestales y el cambio climático
En acuerdo a lo mencionado por FAO (2010), una buena gestión de los bosques asegura la supervivencia de los ecosistemas forestales y mejora sus funciones medioambientales, socioculturales y económicas. También puede aumentar al máximo la contribución de los bosques a la mitigación del cambio climático, así como ayudar a los bosques y a las poblaciones que dependen de ellos a adaptarse a las nuevas condiciones originadas por el cambio climático.
En este contexto, es importante destacar que la gestión de los bosques no se limita únicamente a hacer frente al cambio climático, sino que tiene numerosos objetivos, por lo general complementarios entre sí, entre los cuales destacan: producción de bienes, protección del suelo, el agua y otros servicios ambientales, conservación de la biodiversidad, prestación de servicios socioculturales, apoyo a los medios de subsistencia y reducción de la pobreza. Como consecuencia de lo anterior, FAO (2010) recomienda que los esfuerzos dirigidos a mitigar el cambio climático y a la adaptación a sus efectos deben crear sinergias y estar en armonía con otros objetivos forestales nacionales y locales.
Mundialmente se ha reconocido que las formas más eco-eficientes para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) se relacionan con la capacidad de los ecosistemas forestales de capturar y almacenar carbono. Según FAO (2007), los bosques poseen cuatro funciones principales respecto al cambio climático:
- Contribuyen a contrarrestar un quinto de las emisiones de carbono actuales.
- Reaccionan sensiblemente a los cambios del clima.
- Produce madera para combustible que es más benigna que los combustibles fósiles.
- Tienen el potencial de absorber carbono en su biomasa, suelos y productos y almacenarlo en forma perpetua.
III. Una gestión forestal sostenible
De acuerdo a lo mencionado, se puede entender la gestión forestal sostenible como un concepto dinámico en evolución, el cual “tiene por objetivo mantener y aumentar el valor económico, social y medioambiental de todos los tipos de bosques, en beneficio de las generaciones presentes y futuras” (Descripción adoptada en la Resolución 62/98 de la Asamblea General de Naciones Unidas). En esta gestión dinámica se deben incorporar cinco aspectos esenciales: políticas de gobernanza, planificación y prácticas de gestión, producción y servicios forestales, cooperación y coordinación intersectorial y monitoreo y evaluación de los recursos (Figura 1). La combinación y sinergia de todos elementos permitirá que la gestión forestal pueda ayudar a hacer frente al cambio climático en cuatro aspectos fundamentales:
- La captura de carbono
- La conservación de las reservas forestales de carbono.
- El fortalecimiento de la capacidad de adaptación de los árboles y los bosques
- El fortalecimiento de la capacidad de adaptación de las comunidades dependientes de los bosques.
A continuación se presentan los principales mecanismos de gestión forestal sugeridos e implementados por FAO en distintos países y que debieran ser incluidos en la planificación de una gestión forestal para favorecer el rol de los bosques frente al cambio climático.
IV. Captura de carbono
Los bosques y los árboles son importantes sumideros de carbono. Absorben el dióxido de carbono de la atmósfera y lo almacenan como carbono. La captura de carbono por los bosques ha suscitado mucho interés como enfoque de mitigación, puesto que se considera un medio relativamente económico para afrontar el cambio climático de forma inmediata. Entre 2000 y 2010, cada año unos 13 millones de hectáreas de bosques se convirtieron a otros usos o se perdieron debido a causas naturales. Se estima que en el mundo hay 850 millones de hectáreas de bosques degradados, que podrían restaurarse y rehabilitarse para recuperar la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas que se han perdido y al mismo tiempo, contribuir a la mitigación del cambio climático y la adaptación a sus efectos.
El carbono acumulado por unidad de superficie es muy variable según el tipo y estado del bosque. En Chile, destacan los bosques siempreverdes adultos, donde el carbono total alcanza 606,80 MgC/ha, con la siguiente distribución: 283,75 MgC/ha en la biomasa aérea; 79,92 MgC/ha en raíces (diámetro >5mm); 2,79 MgC/ha en el sotobosque; 53,56 MgC/ha en la necromasa; 5,87 MgC/ha en la hojarasca ; y, 180,91 MgC/ha en los primeros 30 cm de suelo (Gayoso, 2001)..
En la Investigación desarrollada por la Universidad Austral de Chile, como parte del proyecto “Medición de la capacidad de captura de carbono en bosques de Chile y promoción en el mercado mundial”, financiado con aporte del Fondo de Desarrollo Científico y Tecnológico de Chile (FONDEF). Se determinó el contenido de carbono (C) en fuste, ramas, hojas y corteza para 16 especies del bosque nativo en Chile. Los contenidos promedio de C orgánico en las especies fluctuaron entre 34,9 y 48,3%, y el promedio simple alcanzó a 43,7±0,16%. Mientras, el C total mostró ser en promedio 5,5±0,76% mayor que el contenido de C orgánico. Se encontraron diferencias significativas en el contenido de C orgánico entre grupos de especies y entre componentes del árbol (Gayoso y Guerra, 2005).
Otras estimaciones del nivel de captura de carbono de los bosques nativos chilenos, por ejemplo para el caso de los bosques de Nothofagus pumilio (Lenga), que es el segundo tipo forestal con mayor superficie de bosque nativo en el territorio nacional, correspondiente al 26,3%, la Corporación Nacional Forestal (CONAF), publicó el estudio “Funciones alométricas para la determinación de existencias de carbono forestal para la especie Nothofagus pumilio”, desarrollado en el marco de la Estrategia Nacional de Bosques y Cambio Climático, los investigadores analizaron muestras de árboles obtenidas en las comunas de Alto Biobío, Panguipulli y Coyhaique, en las regiones de Biobío, Los Ríos y Aysén, respectivamente, que corresponden a la distribución de la Lenga en el territorio nacional. Los resultados del estudio muestran diferencias significativas en el contenido de carbono de los componentes del árbol, el mayor contenido de carbono aparece asociado al tejido vegetal del fuste y el menor a las hojas, obteniendo un promedio total de 0,5038 kg/kg. (CONAF, 2013).
Por otro lado, en el caso de plantaciones forestales, Gayoso (2001) menciona que en rodales de Pinus radiata D.Don, edad de 23 años, la biomasa alcanza: 4,07% en las acículas; 9,08% en las ramas; 5,64% en la corteza; y, 80,56% en el fuste comercial con índice de utilización 8 cm. Las raíces corresponden al 25,39% de la biomasa aérea. El contenido de carbono varía entre 44,69 y 45,47% para los distintos componentes.
Entre las prácticas de gestión forestal que aumentan la captura de carbono cabe destacar las siguientes:
4.1. Forestación, reforestación y restauración forestal
El aumento de la superficie y la densidad de los bosques gracias a estos instrumentos o mecanismos se traduce en una mayor absorción de dióxido de carbono de la atmósfera. Una vez que los árboles se han talado, en su lugar pueden crecer nuevos árboles, que continuarán absorbiendo carbono.
Las tasas de captura de carbono en ecosistemas forestales dependen de las prácticas de gestión adoptadas, las especies de árboles involucradas y la zona geográfica abarcada. Por ejemplo, al convertir tierras agrícolas en bosques mediante la forestación, las tasas de captura pueden variar considerablemente en función de la región y las especies de que se trate. De conformidad con el crecimiento de los árboles, las tasas de captura de carbono son inicialmente crecientes, seguidas por tasas gradualmente en disminución. En promedio, un bosque plantado en una zona templada puede almacenar alrededor de 4 toneladas de carbono por hectárea cada año.
4.2. Incremento de la cubierta forestal por medio de la agro silvicultura (agroforestería), la silvicultura urbana y la plantación de árboles en los paisajes rurales.
Los árboles situados fuera de los bosques incluyen sistemas agroforestales en tierras y explotaciones agrícolas, árboles en el medio rural, a lo largo de las carreteras, los ríos y los asentamientos humanos, y en las ciudades y sus alrededores. Al tiempo que contribuyen a la sostenibilidad del medio ambiente, también proporcionan ingresos y una amplia gama de bienes y servicios ecosistémicos para los hogares rurales, por lo que contribuyen a la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza.
En todo el mundo, los árboles que se encuentran fuera de los bosques ayudan a mitigar el cambio climático gracias al almacenamiento de carbono, la detención de la degradación del suelo, el suministro de combustible para sustituir a los combustibles fósiles y la fijación de nitrógeno para reducir el uso de fertilizantes.
Los árboles situados en los terrenos agrícolas representan una reserva de carbono importante a nivel mundial: casi la mitad de las tierras agrícolas mundiales poseen al menos el 10 por ciento de cubierta forestal. Mediante la promoción de los sistemas agroforestales y la silvicultura urbana, es posible aumentar la contribución de los árboles situados fuera de los bosques a la mitigación del cambio climático.
Estos árboles también pueden cumplir una función importante en la adaptación al cambio climático mediante la diversificación de las prácticas de aprovechamiento de la tierra, los medios de subsistencia y las fuentes de ingresos, así como el aumento de la productividad agrícola y la protección contra las pérdidas de producción relacionadas con el clima, mejorando así la resiliencia ante los efectos del clima en los sistemas agrícolas.
4.3. Aumento de las reservas de carbono (tanto en biomasa como en los suelos) y la capacidad de captura mediante la modificación de las prácticas de gestión forestal.
Mediante la aplicación efectiva de buenas prácticas de gestión se garantizan las múltiples funciones de los bosques y se pueden aumentar las reservas forestales de carbono. A fin de incrementar estas reservas y el potencial de mitigación del cambio climático, es posible adoptar prácticas de gestión específicas —por ejemplo, tratamientos silvícolas (intervenciones de cuidados culturales, plantaciones de enriquecimiento en claros, etc.), selección de especies y modificación de los ciclos de rotación—, teniendo siempre en cuenta los efectos en otros valores forestales y las múltiples interacciones dentro de los ecosistemas.
En este sentido destacan en Chile la ejecución de prácticas de manejo forestal sustentable, fomentadas a través de algunas políticas públicas de fomento a la reforestación y recuperación de bosque nativo. En relación a aquello, el Instituto Forestal (INFOR) realizó durante el año 2009, por encargo de la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA), el Estudio “Potencial de Mitigación del Cambio Climático Asociado a la Ley N° 20.283 sobre Recuperación del Bosque Nativo y Fomento Forestal” (en adelante Ley de Bosque Nativo), cuyo objetivo fué determinar las toneladas de Gases de Efecto Invernadero equivalentes (GEI) capturados o desplazados por efecto de esta Ley, sobre la base de las bonificaciones que el Estado otorgaría al manejo de bosques nativos. (ODEPA-INFOR, 2010).
El estudio abarcó la superficie de bosques nativos, excluidos bosques de preservación y protección, localizados entre las Regiones del Maule y Magallanes. El horizonte de evaluación es de 20 años, estimando la mitigación potencial en distintos escenarios en función de la disponibilidad presupuestaria para las bonificaciones asociadas a la Ley y para dos mecanismos de mitigación: la obtención de biomasa forestal a través de raleos para energía (bioenergía) y la recuperación de bosque nativo vía enriquecimiento con exclusión de ganado para aumentar la captura de carbono.
Como resultados del estudio se establece la existencia de una superficie potencialmente productiva de 4,3 MM ha de bosques nativos, y una superficie disponible, susceptible de intervenir para efectos de aplicación de la Ley, de 1,1 MM ha. De esta superficie total de bosques potencialmente productivos disponibles sería posible poner bajo manejo un máximo de 733 M ha. Bajo este escenario, el rango de mitigación por efecto de la bonificación en el horizonte de análisis de 20 años, alcanza un promedio de que varía entre 48,0 y 37,7 MM t CO2 dependiendo de la disponibilidad presupuestaria.
Los tipos forestales de mayor importancia relativa según sus superficies son el tipo forestal Lenga, Roble-Raulí-Coihue y Coihue-Raulí-Tepa. Tanto en materia de bioenergía como de captura de CO2, el tipo forestal Roble-RaulíCoihue presenta la tasa de mitigación más alta con 3,99 y 17,1 tCO2-eq/ha/año en bioenergía y captura de CO2, respectivamente.
El uso de biomasa para bioenergía presenta en promedio para un horizonte de evaluación de 20 años menor potencialidad de mitigación (16,7 MM-tCO2-eq) que la captura de CO2 (26,2 MM-tCO2-eq). Estos resultados se invierten en términos de los costos asociados, siendo más bajos en el mecanismo de captura de carbono que en la generación de bioenergía.
Los costos de mitigación asociados a los escenarios son sustancialmente más bajos en el caso de evaluación extendida a 30 y 40 años, debido a que todas las superficies dedicadas a mitigación se expresan en su crecimiento máximo en este período extendido.
El rango de carbono mitigado por efecto de la bonificación en un horizonte de análisis de 20 años, varía entre 34 MM t CO2 y 52 MM t CO2. Si ampliamos el horizonte a 30 años, este aumenta entre 68 MM t CO2 y 141 MM t CO2 y a 40 años varía entre 97 MM t CO2 y 234 MM t CO2.
V. Conservación de las reservas forestales de carbono
La deforestación y la degradación forestal, ya sea debida a actividades humanas o a causas naturales, tienen como consecuencia la reducción del carbono almacenado y la emisión de gases de efecto invernadero, así como la pérdida o el deterioro de otros bienes y servicios forestales, poniendo en peligro los medios de subsistencia, las funciones ambientales y múltiples valores socioeconómicos. Las actividades de conservación forestal procuran hacer frente a las causas de la degradación de los bosques y de la deforestación.
Entre las amenazas que se ciernen sobre los bosques cabe destacar los incendios, las plagas y enfermedades, una gestión y un aprovechamiento inadecuado, la sobreexplotación, el pastoreo y otras perturbaciones. Las medidas de gestión deben adaptarse a las amenazas específicas de cada lugar. Las actividades de gestión forestal que conservan las existencias de carbono en los bosques incluyen:
5.1. Prácticas sostenibles de gestión y aprovechamiento de los bosques.
Mediante la adopción de prácticas sostenibles de gestión es posible asegurar que los bosques productivos o de usos múltiples sigan almacenando carbono, mientras mantienen su capacidad de proporcionar otros bienes y servicios en beneficio de las generaciones actuales y futuras. A fin de evitar la sobreexplotación y la degradación de los bosques, es necesario planificar activamente las prácticas de gestión y adaptarlas específicamente a cada ecosistema y a la evolución de las situaciones. Para afrontar los desafíos que se plantean y reducir la vulnerabilidad de los bosques, es esencial adoptar una gestión forestal adaptativa. Las medidas de adaptación pueden incluir, por ejemplo, la selección de variedades resistentes a las plagas o las sequías, el uso de especies de varias procedencias, la plantación bajo cubierta de genotipos de especies adaptadas a las nuevas condiciones climáticas previstas, o la regeneración natural asistida de especies funcionales. Es preciso adaptar estas medidas al estado de los bosques (primarios, secundarios, degradados) y a la zona específica.
5.2. Gestión integrada de incendios
Los incendios forestales son una fuente importante de emisiones de gases de efecto invernadero, cuya incidencia probablemente aumentará a causa del cambio climático. La gestión integrada de incendios es esencial para la conservación de los bosques y como parte de las estrategias de adaptación al cambio climático.
El fortalecimiento de las capacidades para prevenir los incendios forestales o reducir el riesgo de grandes incendios puede contribuir a proteger el almacenamiento y la captura de carbono en los bosques naturales o plantados y también en otros tipos de vegetación, como pastizales y tierras inundables. Con el aumento del riesgo de incendios forestales, la gestión integrada de incendios es un componente clave de las estrategias de mitigación del cambio climático y de adaptación a sus efectos. A medida que el contexto evoluciona a causa del cambio climático, habrá que intensificar y adaptar las prácticas de gestión de incendios.
5.3. Gestión de la sanidad y vitalidad de los bosques
El aumento de las temperaturas y los niveles de dióxido de carbono atmosférico, así como los cambios en la precipitaciones y en la frecuencia y gravedad de los fenómenos meteorológicos extremos, están teniendo efectos importantes en el estado de los bosques del mundo, por ejemplo, haciendo que los inviernos sean más cálidos o alterando la duración de los periodos vegetativos.
El cambio climático, especialmente los fenómenos meteorológicos extremos, puede afectar las plagas forestales y los daños que éstas causan influyendo directamente en su desarrollo, supervivencia, reproducción y difusión; alterando las defensas y la susceptibilidad de las especies hospedantes; y afectando indirectamente las relaciones ecológicas, por ejemplo mediante la modificación de la abundancia de los competidores, parásitos y depredadores.
Los insectos y las enfermedades pueden ser los primeros indicadores del cambio climático y ya hay numerosos ejemplos de alteraciones en los ciclos de vida y hábitos de los insectos y patógenos debido a los cambios climáticos locales, nacionales o regionales. Las investigaciones han indicado que los brotes de insectos pueden determinar que un gran paisaje sea fuente o sumidero de carbono. En consecuencia, prevenir y reducir el impacto de las plagas en los bosques también ofrece la oportunidad de mitigar el cambio climático. La gestión de las plagas y la prevención de su propagación contribuyen a asegurar que los bosques sigan manteniéndose sanos, reduciendo el riesgo de degradación forestal y aumentando la resiliencia al cambio climático.
5.4. Gestión de la biodiversidad forestal
La biodiversidad es fundamental para la resiliencia de los ecosistemas forestales al cambio climático y, por tanto, para la conservación de las reservas forestales de carbono. Los bosques son uno de los repositorios más importantes de la diversidad biológica terrestre. En conjunto, los bosques tropicales, templados y boreales ofrecen hábitats sumamente diversos para las plantas, animales y microorganismos. La diversidad biológica constituye la base de una gran variedad de bienes y servicios proporcionados por los bosques. Debido a su gran diversidad, los árboles y arbustos forestales desempeñan una función fundamental en la vida cotidiana de las comunidades rurales en muchas zonas, como fuentes de productos madereros y no madereros, contribuyentes a la conservación del suelo y el agua, y depositarios de valores estéticos, éticos, culturales y religiosos.
En los bosques, la biodiversidad, especialmente la diversidad genética, permite que las especies se adapten continuamente a la evolución de las condiciones ambientales (en particular, el cambio climático), para mantener el potencial de selección y mejora con miras a satisfacer las necesidades futuras, así como apoyar las funciones de los ecosistemas. Sin embargo, la falta de información y conocimientos adecuados suele ser un obstáculo para determinar los problemas, las necesidades y las prioridades de acción relacionados con la conservación de la biodiversidad en el contexto del cambio climático, a nivel nacional y mundial.
5.5. Gestión de las zonas protegidas y la vida silvestre
Las zonas protegidas son una de las herramientas más importantes para la conservación de los bosques y la vida silvestre. En consecuencia, la mejora de la gestión y la expansión de las zonas protegidas se consideran una de las opciones de mitigación de REDD+ (Reducción de las emisiones derivadas de la deforestación y la degradación de los bosques).
El cambio climático exacerba considerablemente las presiones inducidas por el hombre en la vida silvestre y las zonas protegidas (por ejemplo, la caza y el comercio insostenibles, y a menudo ilegales, de la fauna y flora silvestres y sus productos) debido a la modificación de los hábitats y el aumento de la prevalencia de amenazas tales como incendios, plagas y patógenos. Una gestión acertada de la vida silvestre y las zonas protegidas es fundamental para la conservación eficaz y el aprovechamiento sostenible de la fauna silvestre ante la perspectiva de un clima cambiante. Entre las actividades prioritarias cabe destacar las siguientes:
- Desarrollo de estrategias, políticas y legislación adaptadas;
- Establecimiento de sistemas de monitoreo y evaluación de especies indicadoras de plantas y animales;
- Cooperación transfronteriza;
- Mayor participación de la población local;
- Ejecución de medidas que contribuyan a reducir las presiones inducidas por el hombre, como la pérdida o degradación de los hábitats, la caza y el comercio ilegales, reduciendo así la vulnerabilidad general al cambio climático;
- Ampliación o cambio de los límites de las zonas protegidas para la conservación de los ecosistemas y especies forestales en peligro a causa del cambio climático;
- Mejora de la conectividad de los hábitats, realización de corredores de migración y zonas de alimentación estacionales para las especies migratorias;
- Integración de la captura y el almacenamiento de carbono, junto con otros servicios de los ecosistemas, en los planes financieros y de gestión.
VI. Fortalecimiento de la capacidad de adaptación de los árboles y los bosques; especialmente en los ecosistemas forestales frágiles.
Algunos ecosistemas forestales son particularmente vulnerables al cambio climático: los bosques de montaña y las cuencas hidrográficas; los bosques de zonas áridas y los bosques costeros.
Estos ecosistemas, con sus características y recursos únicos, también desempeñan una función importante para la mitigación del cambio climático a escala mundial, además de cumplir muchas otras funciones ambientales, económicas, sociales y culturales. A menudo, las medidas de gestión son fundamentales para reducir su vulnerabilidad y facilitar su adaptación al cambio climático.
6.1. Gestión de los bosques de montañas y las cuencas hidrográficas
Las montañas son unas de las regiones más afectadas por el cambio climático. El aumento previsto de las temperaturas y los fenómenos meteorológicos extremos amplificarán los riesgos en las montañas de todo el mundo y cambiarán el ciclo hidrológico, en el que las montañas desempeñan una función clave. El derretimiento de los glaciares y el movimiento del permafrost hacia mayores altitudes aumentarán el peligro de los desprendimientos de rocas, arrastres de residuos y corrientes de barro, así como el riesgo del desbordamiento repentino de los lagos glaciares. El cambio climático alterará los patrones de las precipitaciones y escorrentía. Para muchas partes del mundo, esto significará una menor disponibilidad de agua cuando está más se necesita.
Una buena gestión de los bosques y la forestación de las zonas degradadas reducen la erosión, aumentan la estabilidad de las laderas y, por lo tanto, contribuyen a la prestación de servicios ambientales esenciales, como la regulación del flujo de agua y la protección contra los riesgos naturales. Por consiguiente, el desarrollo sostenible de las montañas y la adopción de enfoques integrados y participativos para la gestión de las cuencas hidrográficas son imprescindibles para la mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo.
6.2. Gestión de los bosques de zonas áridas
Los bosques de zonas áridas son importantes desde el punto de vista de la conservación de la biodiversidad, puesto que albergan especies únicas y endémicas que están particularmente bien adaptadas a condiciones ecológicas extremas. Proporcionan bienes y servicios de los ecosistemas que son esenciales para la población, los medios de subsistencia y el bienestar. Si se valoran debidamente y se someten a una gestión sostenible, tienen el potencial de contribuir a la mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo, proteger contra la erosión y la desertificación, así como contribuir al desarrollo económico, la seguridad alimentaria y la reducción de la pobreza.
El cambio climático es motivo de gran preocupación en las zonas áridas, puesto que está previsto que agrave la degradación causada por las actividades humanas. Se prevé que el calentamiento del planeta originará una disminución en las precipitaciones y un aumento de las condiciones meteorológicas extremas, como los largos períodos de sequía (con pocas excepciones), un incremento en la frecuencia e intensidad de los incendios forestales y la pérdida de la biodiversidad. Es probable que haya una grave escasez de agua y aumente la desertificación, lo que dará lugar a un círculo vicioso de degradación de los bosques y la tierra. Asimismo, es probable que los cambios relacionados con el clima causen el desplazamiento geográfico de las especies y la alteración de la productividad arbórea, añadiendo más estrés a los ecosistemas forestales y poniendo en peligro los medios de subsistencia de las comunidades locales que dependen de los bosques para su supervivencia.
Para que los bosques de zonas áridas sigan desempeñando sus múltiples funciones, en la gestión forestal hay que tener en cuenta los escenarios climáticos. Los responsables de la gestión deben prever medidas para aumentar la resiliencia de los ecosistemas forestales de zonas áridas. A fin de contrarrestar la creciente vulnerabilidad de las personas, los ecosistemas forestales y las especies que viven en zonas áridas es necesario lograr una mayor concienciación y adoptar políticas e inversiones apropiadas en los planos nacional, regional y mundial.
6.3. Gestión de los bosques costeros
Los bosques costeros —en particular, manglares, bosques de playa, bosques pantanosos de turba y bosques tropicales húmedos de tierras bajas— cumplen una serie de funciones importantes:
- Funciones medioambientales: protección contra la erosión del litoral y los daños causados por el aumento de las mareas, provisión de refugio para la vida silvestre, protección de la calidad del agua, estabilización de la tierra, fijación de sedimentos, suministro de nutrientes para las aguas costeras.
- Funciones sociales: protección de los asentamientos humanos, provisión de valores estéticos y recreativos.
- Funciones económicas: como ecosistemas productivos, suministro de oportunidades de generación de ingresos para la población local; provisión de zonas de cría para muchas especies de peces y moluscos de valor comercial.
El riesgo del aumento del nivel del mar debido al cambio climático, combinado con las amenazas existentes causadas por la presión demográfica, como la explotación excesiva, la conversión a otros usos (puertos, centros turísticos y otras infraestructuras, así como acuicultura y cultivo del arroz) y la contaminación marina, plantea un amenaza para muchos bosques costeros naturales.
La gestión de estos bosques requiere un enfoque multidisciplinario integrado, que se define como “ordenación integrada de zonas costeras” (OIZC). La protección y restauración de los bosques costeros es fundamental para mitigar el impacto del cambio climático y para garantizar la existencia de estos bosques habrá que llevar a cabo una gestión adaptativa.
Las turberas son ecosistemas especialmente ricos en carbono, cuyos bosques tienen mucho más carbono debajo de la tierra que en la superficie. Cuando los bosques en las turberas se queman, drenan o cortan, constituyen una fuente de emisiones de carbono enorme, que contribuye considerablemente al cambio climático.
VII. Fortalecimiento de la capacidad de adaptación de las comunidades dependientes de los bosques
En este aspecto en acuerdo a lo señalado por FAO, se deben implementar estrategias a nivel global y local que apunten fundamentalmente a:
- Reforzamiento de las estrategias para enfrentar nuevas situaciones.
- Diversificación de las oportunidades de empleo y los medios de subsistencia relacionados con la gestión forestal.
- Planificación y gestión adaptativas del aprovechamiento de la tierra.
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