Introducción
Uno de los grandes desafíos de las ciudades actuales está fuertemente ligado a la baja mitigación y adaptación que poseen ante el cambio climático. El aumento de las temperaturas a nivel global, sumado a las actividades humanas en las ciudades, potencia el desarrollo de islas de calor, creando un ambiente desfavorable para el pleno desarrollo de la vida. Sin embargo, en aquellas ciudades que cuentan con infraestructura adecuada para mitigar este fenómeno, como la incorporación de vegetación y áreas verdes, se logra un enfriamiento del ambiente que contrarresta sus efectos negativos (Currie & Pérez, 2021). De este modo, dichas intervenciones no solo mejoran la calidad de vida, sino que también convierten el impacto de las islas de calor en un desafío manejable y con resultados potencialmente beneficiosos.
Un concepto fundamental para enfrentar los desafíos urbanos actuales es el de la sostenibilidad, definida como la capacidad de satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la posibilidad de que las futuras generaciones satisfagan las suyas. Este enfoque busca garantizar un equilibrio integral entre el crecimiento económico, la protección del medio ambiente y el bienestar social (Gallopín, 2003). En este contexto, la inclusividad se convierte en un pilar clave para el desarrollo sostenible, ya que promueve la integración y participación equitativa de todas las personas, independientemente de su origen, género, edad o condición socioeconómica, en los beneficios y decisiones relacionadas con el entorno urbano (Méndez, 2012).
Por su parte, la resiliencia se refiere a la capacidad de un sistema para reducir su vulnerabilidad y adaptarse a condiciones adversas, manteniendo su funcionamiento y promoviendo su recuperación frente a situaciones críticas (Méndez, 2012). Una ciudad sostenible, inclusiva y resiliente es aquella que logra combinar estas dimensiones, asegurando no solo la supervivencia, sino también el bienestar integral de su población, tanto en el presente como en el futuro.
En este contexto, las áreas verdes se posicionan como elementos fundamentales para mitigar los efectos del cambio climático y promover ciudades inclusivas, resilientes y sostenibles. Estas infraestructuras naturales no sólo mejoran la calidad ambiental, sino que también promueven el bienestar social y económico. Además, se alinean con el Objetivo de Desarrollo Sostenible N° 11: “Ciudades y Comunidades Sostenibles” de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde establece como una de sus metas para 2030 garantizar que todas las personas tengan acceso a espacios verdes y públicos que sean seguros, inclusivos y accesibles (ONU, 2024).
Actualmente, más del 50% de la población mundial vive en zonas urbanas, y se proyecta que esta cifra alcance el 70% para 2050 (ONU, 2024). Este rápido crecimiento urbano trae consigo problemas como la expansión de barrios marginales, la contaminación y la pérdida de biodiversidad (ONU, 2024). La incorporación de áreas verdes, incluyendo intervenciones estratégicas como los cerros-islas, es clave para abordar estos retos, ya que ayudan a mejorar la calidad del aire, reducir las temperaturas urbanas y contrarrestar los efectos negativos de las islas de calor.
Bajo este contexto y en respuesta a los desafíos actuales, la implementación de áreas verdes es esencial, ya que no solo aporta valor estético y recreativo, sino que también funciona como una estrategia para mejorar la calidad de vida de las personas y mitigar los efectos negativos del cambio climático.
Áreas Verdes en Chile
Según distintos estudios (Carreño, 2019; Núñez, 2021), los estándares mínimos de áreas verdes a nivel mundial están entre los 9 y 10 m² por habitante. Esta información no se encuentra disponible en ningún sitio oficial de la Organización Mundial de Salud (OMS), sin embargo, es constantemente utilizada como estándar en los estudios de indicadores de áreas verdes. Por otro lado, el Manual de Indicadores para la Evaluación De Sustentabilidad de Parques Urbanos creado por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MINVU) señala que el estándar en Chile es de 10 m² por habitante (MINVU, 2023), lo que coincide con el estándar nombrado anteriormente.
El catastro oficial existente de áreas verdes fue realizado en 2018 por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). En este, la Región Metropolitana (RM) contaba con un promedio aproximado de 4,6 m² de áreas verdes por habitante, cifra que está muy por debajo de los 10 m² recomendados. Las comunas con mayor proporción de áreas verdes por habitante, que cumplen con los estándares, incluyen Vitacura, Recoleta, Lo Barnechea, Providencia, Cerrillos, La Reina y Huechuraba (figura 2) (INE, 2018). En contraste, las comunas del sector sur poniente, las cuales coincidentemente tienen una menor disponibilidad de recursos, enfrentan un déficit importante en áreas verdes que promedia un 4,4 m² por habitante (CORE, 2021).
A nivel nacional solo el 15% de las comunas catastradas cumple con los estándares. Estas son, sin contar las de la RM descritas anteriormente, Osorno, Santo Domingo, Machalí, Villarrica, Concón, Valdivia, Punta Arena, La Serena, Puerto Varas, Romeral y Tierra Amarilla (INE, 2018). Es importante destacar, que el catastro no distingue entre áreas verdes con mantención adecuada y terrenos que podrían considerarse baldíos, lo que podría afectar la precisión de los datos. Sin embargo, esta desigualdad en la distribución de áreas verdes en el país destaca la necesidad de una planificación más equitativa que garantice a todos los habitantes el acceso a espacios verdes de calidad.
Beneficios de las Áreas Verdes en Espacios Urbanos
- Refugios para la Biodiversidad
La mayoría de las ciudades posee un ambiente hostil para la biodiversidad. Los automóviles, fábricas, ruidos y la alta densidad de personas dificultan que la biota pueda convivir en paz, afectando especialmente a las aves (Villaseñor et al., 2020). La pérdida de hábitats naturales y la fragmentación de los ecosistemas urbanos agravan esta situación, limitando las áreas de refugio, alimentación y reproducción para muchas especies. Además, la contaminación del aire, el agua y el suelo generan condiciones poco favorables para su supervivencia, comprometiendo el equilibrio ecológico y reduciendo la biodiversidad de las ciudades (Rubio, 2022).
Bajo este contexto, las áreas verdes contribuyen a conservar la biodiversidad en las ciudades, porque provee hábitat para la fauna e incrementa la conectividad del paisaje (Villaseñor et al., 2021). Además, actúan como refugios para animales, plantas e insectos dentro de las ciudades, favoreciendo la polinización, el control natural de plagas y el equilibrio en las poblaciones de fauna, lo que contribuye al incremento de la biodiversidad en los ecosistemas urbanos, convirtiéndolos en espacios más saludables y resilientes (Jardines S.A.C., 2025).
Aunque la presencia de fauna en estos hábitats suele considerarse beneficiosa, en algunas circunstancias puede generar problemas y costos asociados, como daños a plantas y estructuras, acumulación de excrementos, amenazas a mascotas y riesgos de transmisión de enfermedades (Nowak et al., 1997). Por ello, resulta fundamental complementar estos procesos con una planificación adecuada que minimice los impactos negativos.
Cerros Islas
Los cerros-islas son formaciones topográficas características de las zonas de valle, que representan fragmentos aislados dentro de una matriz diferente, la cual puede ser el entorno urbano o cultivos (Picon et al., 2023). Estas formaciones suelen conservar fragmentos de vegetación autóctona y biodiversidad que han quedado desconectados del paisaje natural original, convirtiéndose en espacios clave para el equilibrio ecológico en áreas urbanizadas (Machini, 2014).
En Santiago, los cerros-islas son abundantes, destacándose formaciones emblemáticas como el cerro San Cristóbal, Santa Lucía, Renca, entre otros. Además, según estudios, 15 de estos cerros se encuentran en comunas donde el índice de calidad de vida es inferior a la media nacional (Picon et al., 2023). Esto sugiere que, en áreas con mayores desafíos socioeconómicos, estas formaciones representan una oportunidad clave para mejorar las condiciones de vida mediante el abastecimiento adecuado de espacios verdes y servicios ecosistémicos, lo que resalta la necesidad de gestionarlos e intervenir de manera estratégica (Picon et al., 2023).
- Combaten la contaminación
Las ciudades enfrentan un desafío significativo relacionado con las elevadas concentraciones de contaminantes atmosféricos, producto de actividades humanas intensivas como el uso masivo de transporte motorizado y las emisiones continuas de las industrias. Estos factores generan una acumulación de partículas nocivas y gases en el aire, afectando tanto la salud de los habitantes como la calidad ambiental (Galindo & Victoria-Uribe, 2012)
En este contexto, las zonas verdes, particularmente aquellas con especies arbóreas, desempeñan un papel crucial como filtros naturales para mejorar la calidad del aire. Los árboles interceptan partículas contaminantes en la superficie de sus hojas, donde algunas, como el CO₂, son absorbidas y utilizadas en procesos metabólicos, mientras que otras quedan retenidas, impidiendo su propagación y la exposición de las personas a estas sustancias nocivas (Molina, s. f.).
La incorporación estratégica de vegetación en las áreas urbanas no solo contribuye a la disminución de los índices de polución, sino que también mejora la percepción ambiental de los ciudadanos, ofreciendo espacios más saludables y agradables para la vida diaria. Por ende, promover y mantener áreas verdes en las ciudades es una herramienta indispensable para mitigar los efectos de la contaminación atmosférica y avanzar hacia entornos urbanos más sostenibles y resilientes.
- Mitigan el Efecto de las Islas de Calor
Las islas de calor son un fenómeno urbano caracterizado por el aumento de la temperatura en las ciudades en comparación con las zonas rurales circundantes. Según Palme & Carrasco (2024), existen cuatro factores principales que las generan: En primer lugar, la forma en que están diseñadas las ciudades afecta la ventilación y la dispersión del calor. En segundo lugar, materiales de edificación como el concreto y el asfalto absorben una gran cantidad de radiación durante el día que luego liberan en la noche, manteniendo las temperaturas elevadas. En tercer lugar, la ausencia o presencia de vegetación y cuerpos de agua reduce la capacidad de las ciudades para mitigar el calor, ya que estos materiales tienen propiedades de reflectancia y almacenamiento de calor que ayudan a regular la temperatura. Finalmente, lasactividades humanas cotidianas, como el uso de maquinaria, aparatos electrónicos y vehículos generan calor adicional. Por lo tanto, las islas de calor urbanas son el resultado de la interacción entre la estructura de la ciudad, los materiales que la componen, las actividades humanas y la presencia o ausencia de vegetación en el entorno.
Una manera efectiva de mitigar el efecto de las islas de calor es mediante la creación de áreas verdes. La vegetación contribuye a reducir la percepción de calor gracias a la capacidad de las plantas para absorber agua y liberarla gradualmente a través de la transpiración, lo que ayuda a regular tanto la temperatura como la humedad del ambiente (Glez, 2023). Además, las copas de los árboles actúan como un filtro contra la radiación solar, pudiendo disminuir las temperaturas entre 2 y 8 °C (ONU-Hábitat, 2019).
- Mejoras Drenaje del Suelo
Una de las complejidades de las ciudades es la compactación y poca infiltración que se da en los suelos, producto del uso extensivo de materiales de construcción impermeables, como el concreto y el asfalto. Estos materiales limitan la capacidad del suelo para absorber el agua de las precipitaciones, lo que incrementa la escorrentía superficial y, con ello, el riesgo de inundaciones en zonas urbanas (Zimmermann & Bracalenti, 2014).
Las áreas verdes integrales, compuestas por distintos niveles estructurales como árboles, arbustos y pastos, contribuyen significativamente a mejorar el drenaje del suelo. Esto se debe a que estas estructuras naturales pueden reducir la velocidad y volumen de la escorrentía de una tormenta, favoreciendo la prevención de inundaciones en las zonas urbanas (Nowak, 1997). Por tanto, la incorporación de áreas verdes en las ciudades no sólo mitiga los efectos negativos de los suelos impermeabilizados, sino que también fortalece la resiliencia urbana frente a eventos climáticos extremos (Zimmermann & Bracalenti, 2014).
Conclusión
Las áreas verdes son un elemento clave para el desarrollo de ciudades sostenibles, inclusivas y resilientes. Su contribución va más allá de lo estético o recreativo, pues impactan de manera directa en la calidad de vida, la salud ambiental y el equilibrio ecológico. En el contexto actual de urbanización acelerada y cambio climático, estos espacios se presentan como soluciones basadas en la naturaleza que abordan múltiples desafíos urbanos, desde la contaminación del aire y el efecto de las islas de calor hasta la pérdida de biodiversidad y el manejo del agua.
En Chile, la disparidad en la distribución de áreas verdes pone en manifiesto la necesidad de políticas públicas más equitativas que promuevan un acceso universal a estos espacios. Estrategias como la gestión de cerros-islas y la integración de vegetación en zonas urbanas permiten no solo mejorar la calidad ambiental, sino también ofrecer oportunidades para la cohesión social y el desarrollo económico.
Por otro lado, las áreas verdes aportan importantes beneficios a las ciudades, como la reducción de la contaminación, la mejora del drenaje urbano y el fomento de la biodiversidad. Estos aspectos resaltan su papel como infraestructura natural clave para la adaptación y mitigación del cambio climático en entornos urbanos. Sin embargo, para que estos beneficios se concreten, es esencial implementar una adecuada planificación y gestión sostenible que permita maximizar el impacto positivo y minimizar posibles conflictos.
Referencias
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